Un buen guía no humaniza, es consciente de que el perro es una especie diferente que tiene capacidades y necesidades distintas a las nuestras.
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No ve al perro como una herramienta, accesorio, objeto o un medio para un fin, lo considera como ser vivo que siente, piensa y razona.
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Un buen guía respeta los tiempos biológicos y cognitivos del perro. No exige más de lo que corresponde, respeta los procesos. Educa con responsabilidad, afecto, didáctica, ética y conocimiento y se pone en lugar del “alumno”.
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Busca mejorar la calidad de vida del perro. No obliga ni fuerza a nada, deja que la naturaleza determine los tiempos.
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Un buen guía tiene paciencia y perseverancia. Entiende que el proceso puede presentar “errores” o “accidentes”, y no pone su expectativa por encima de la integridad física o emocional de su perro.
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Un buen guía es flexible, comprensivo y empático. Disfruta de la compañía de su perro, se tira al piso, se llena de baba y pelos. Acepta al otro en toda su esencia y plenitud.
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No piensa en “cómo hago para que deje de hacer…” sino más bien se plantea “cómo logro que haga tal cosa…”. Es parte de los cambios, interviene en el proceso.
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Es justamente eso, un guía que acompaña, no un dictador.
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Y vos ¿sos buen guía para tu perro?